viernes, 5 de enero de 2018

Las difamaciones de los revisionistas chinos sobre Stalin al respecto a su política exterior


«Recientemente se ha difundido un tercer tipo de deformación de la política staliniana durante la Guerra Mundial: es la de los teóricos «tercermundistas» –nos referimos a los revisionistas chinos– que pretenden, a veces, basarse en Stalin para defender su política chovinista de gran potencia. Para ello presentan la táctica de Stalin en vísperas y durante la guerra bajo un ángulo que en nada se diferencia de la versión trotskista: abandono de toda perspectiva revolucionaria y actuación a remolque de las grandes potencias imperialistas. Como veremos se trata pura y simplemente de burdas calumnias: nos limitaremos aquí a indicar que la oreja trotskista –la intoxicación ideológica trotskista acerca de la cuestión de Stalin, asoma detrás de las argumentaciones de los revisionistas chinos. 

La política de Stalin en vísperas de la II Guerra Mundial representa en realidad uno de los máximos logros del gran dirigente revolucionario. Para juzgar este aspecto de la dirección política de Stalin deberían ser suficientes los éxitos que al fin y al cabo se alcanzaron. La mayoría de los historiadores burgueses acepta que la actividad política de Stalin en vísperas del conflicto fue absolutamente genial y fue coronada por el éxito. No renuncian, sin embargo, a rodear esta política de cierto halo «maquiavélico» y «sin principios» para desprestigiar a Stalin en el plano de la «moral», para transformarlo todo en un turbio complot. 

En realidad los éxitos de Stalin en esta época se deben sin duda alguna a la aplicación por su parte de una política de principios, es decir, una política basada en criterios científicos marxista-leninistas y movida por el deseo de servir la causa revolucionaria del proletariado. 

Stalin supo apreciar desde un primer momento que la guerra que se iba aproximando tenía su origen en las contradicciones ínter imperialistas y en particular en la voluntad expansionista de la Alemania hitleriana cuyo potencial económico y militar requería un nuevo reparto del mundo entre las distintas potencias imperialistas. Stalin supo apreciar también que esta situación encerraba graves peligros para la URSS. Efectivamente la Unión Soviética –el primer país socialista del mundo– constituía, en el marco de las contradicciones a escala mundial, el enemigo de todas las potencias imperialistas; surgía por lo tanto el peligro de que la agresión hitleriana se desencadenara directamente en contra de la URSS, con el beneplácito de los mismos «adversarios» imperialistas de Alemania –las potencias imperialistas occidentales–. Por otra parte, éstas, no podían permitir un excesivo reforzamiento de Alemania, ni siquiera a expensas de la Unión Soviética. Pero podían aplazar su intervención en el conflicto hasta el momento en que lo estimaran más oportuno, reservando sus fuerzas, haciendo que el peso de la guerra recayera en primer lugar completamente sobre la URSS, desgastándola, al mismo tiempo que se debilitaría también Alemania. 

Stalin interpretó en este sentido el constante retroceder –hasta 1939– de las potencias occidentales ante el chantaje nazi-fascista. Su opinión era que este retroceder no era producto de la debilidad –como se debía demostrar más tarde, el Occidente era muy fuerte– sino del designio –sobre todo por parte del imperialismo británico– de evitar un conflicto con Alemania antes de que ésta entrara en guerra con la URSS. 

«¿Cómo ha podido ocurrir que los países no agresores que disponen de formidables posibilidades, hayan renunciado tan fácilmente y sin resistencia a sus posiciones y a sus compromisos en favor de los agresores? (...) La causa principal es que la mayoría de los países no agresores, y ante todo Inglaterra y Francia, renuncian a la política de la seguridad colectiva, a la política de resistencia colectiva a los agresores; que pasan a las posiciones de no intervención, a las posiciones de «neutralidad». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Informe ante el XVIIIº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 10 de marzo de 1939) 

 Pero ¿se trataba de una auténtica política de neutralidad? Stalin contestaba que no: 

«En la política de no intervención se trasluce la aspiración, el deseo, de no impedir a los agresores que lleven a cabo su obra funesta; no impedir, por ejemplo, que el Japón se enrede en una guerra contra China, y mejor aún contra la Unión Soviética; no impedir, por ejemplo, que Alemania se hunda en los asuntos europeos, se enrede en una guerra contra la Unión Soviética; hacer que todos los beligerantes se empantanen profundamente en el cieno de la guerra, alentarlos para esto por debajo de cuerda, dejarles que se debiliten y agoten entre si, para luego, cuando ya estén suficientemente quebrantadas, aparecer en la liza con fuerzas frescas, intervenir, claro está, «en interés de la paz»y dictar a los beligerantes, ya debilitados, las condiciones de la paz». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Informe ante el XVIIIº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 10 de marzo de 1939) 

La guerra de España, la agresión italiana en contra de Abisinia, la invasión japonesa de China y de Manchuria, la ocupación de Austria, de los Sudetes y por fin la conferencia de Munich y su desarrollo, confirmaron esta afirmación. En una primera fase, Stalin se orientó hacia una alianza de tipo defensiva con Francia e Inglaterra. El objetivo era el de desalentar a Hitler quitándole toda ilusión de poder enfrentarse a sus enemigos por separado. Pero los británicos perseguían justamente el objetivo de un enfrentamiento separado y frontal entre la URSS y la Alemania nazi. Hasta abril de 1939 los soviéticos insistieron en lograr esta alianza. El 17 de abril propusieron a Francia e Inglaterra un pacto de no agresión y de reciproco apoyo. Pero la respuesta inglesa fue inaceptable. Los ingleses pretendían de parte de la URSS una intervención inmediata en el caso de producirse una agresión en contra de Francia y de Inglaterra, pero no aceptaban una actitud correspondiente en el caso de una agresión alemana contra la URSS o en contra de los Estados del Báltico. 

Bajo estas circunstancias y en estas condiciones, un pacto con Francia e Inglaterra, lejos de desalentar a Hitler, le orientaría justamente en dirección de una agresión en contra del país de los Soviets. Por ello Stalin acabó inclinándose por un pacto con Alemania. Si la actitud inglesa hacía imposible un frente común entre los países que constituían el blanco potencial de las miras expansionistas alemanas, había que evitar que la URSS se convirtiera en el primer objetivo de la agresión nazi. Stalin entendió inmediatamente que este objetivo era alcanzable porque Alemania, que se encontraba cercada, no podía no valorar positivamente el ofrecimiento de la URSS; Hitler, además, presionaba sobre Polonia, y tenía interés en que la URSS mantuviera una actitud neutral. 

Este fue, muy en resumen, el trasfondo del pacto Von Ribbentrop-Molotov. Y este pacto precisamente ha dado origen a un sin fin de interpretaciones calumniosas y de falsas «teorizaciones». 

En su apreciación de las circunstancias Stalin se basó en un análisis de clase marxista-leninista. En primer lugar supo valorar a los adversarios de la URSS por lo que eran: potencias imperialistas agresivas. Stalin rehuyó cualquier análisis mecanicista y en su apreciación no se encuentra rasgo alguno de las brumosas y confusas teorías acerca del supuesto «ascenso» o «descenso» de éste o aquél imperialista como lo hacen hoy los revisionistas chinos. Stalin sabía muy bien que el conflicto que se acercaba podía asumir formas distintas y que no podía formularse una previsión exacta sobre «quién atacaría a quién». Por ello no encerró la política exterior de la URSS en un molde estrecho, basado en ideas preconcebidas sobre el desarrollo de los acontecimientos futuros. Su preocupación primordial fue: 1) mantener a la URSS al margen del conflicto, si ello resultaba factible; 2) hacer que la URSS, en caso de verse implicada en la guerra, interviniera en las mejores condiciones posibles.

El segundo punto implicaba la necesidad de «ganar tiempo» y la idea de evitar el aislamiento de la URSS y, sobre todo, su intervención en la guerra en una situación de inferioridad y sin aliados. Para lograr estos objetivos, debido a la naturaleza de clases del enemigo y de los potenciales aliados, había que mantener la absoluta independencia de acción de la política soviética, adaptándola al desarrollo de los acontecimientos. 

Aunque Stalin sabia que Alemania representaba el principal peligro de agresión en contra de su país, entendió perfectamente que las contradicciones entre la URSS y Alemania eran de naturaleza distinta de las contradicciones entre Alemania y los demás países imperialistas; por ello jamás consideró a las potencias occidentales como aliados «naturales» de la URSS y supo crear las condiciones de la alianza con espíritu táctico, sacando todas las ventajas posibles a partir de una postura independiente, sin encajonarse en una «alianza» predeterminada que muy probablemente le hubiera dejado solo frente al enemigo. 

La política de la URSS antes del conflicto fue sobre todo una política de paz. Stalin, hizo todo lo posible por evitar la guerra en primer lugar y para mantener a la URSS al margen de la misma. Esta fue la base de la actitud independiente de la URSS, pues la URSS fue el único país que trabajó activamente para evitar la masacre. Por ello la política de la URSS no se confundió en ningún momento con la de ningún país imperialista. Basándose en esta posición de principio y manteniéndola hasta el final, Stalin supo sacar de ella todas las ventajas tácticas, valorando todas las posibilidades de maniobra que esta posición independiente le proporcionaba. Pero, sobre todo, Stalin jamás perdió de vista la perspectiva revolucionaria, el hecho de que la política de la URSS se situaba en el marco más amplio de la revolución mundial socialista y de las necesidades del movimiento comunista internacional. Esta posición la mantuvo antes y durante la guerra. 

La mayor parte de los historiadores burgueses –en primer lugar los trotskistas– sostienen la tesis de que Stalin en esta época abandonó por completo la perspectiva de las necesidades de la revolución mundial para escoger una línea de actuación completamente chovinista. Según ellos el movimiento comunista internacional fue sacrificado frente a las necesidades de la política de Estado de la URSS. Esta versión está en completa contradicción con los hechos. De todos es sabido que el movimiento comunista salió extraordinariamente reforzado del conflicto mundial. Su posición y desarrollo después de la guerra no puede ni lejanamente compararse con la situación de antes del conflicto.

Algunos escritores hablan de la «inexplicable» popularidad de Stalin entre los comunistas del mundo entero en un momento en que los «abandonaba». Pero hay una explicación muy sencilla de ello: en realidad jamás se produjo tal «abandono». Lo cierto es que la II Guerra Mundial fue acompañada por un desarrollo sin precedentes del movimiento revolucionario dirigido por los comunistas. El eje de este proceso consistió en la participación en primera línea de los comunistas en los movimientos de liberación y democráticos que se desarrollaron en el marco del conflicto, sobre todo en Europa y en Asía». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Biografía política de Stalin, 1979)

Anotación de Bitácora (M-L):

Estas ideas del revisionismo nacen del esfuerzo de Mao de calumniar a Stalin como recogimos en nuestro documento 
«Mentiras y calumnias de la historiografía burguesa-revisionista de Mao Zedong y el revisionismo chino sobre Stalin»:

«Como resultado, él cometió algunos errores graves, tales como los siguientes: amplió el alcance de la supresión de la contrarrevolución, careció de la necesaria vigilancia en la víspera de la guerra antifascista, no prestó la debida atención a un mayor desarrollo de la agricultura y el bienestar material de los campesinos, dio ciertos consejos equivocados en el movimiento comunista, y, en particular, tomó una decisión equivocada en la cuestión de Yugoslavia. En estos temas, Stalin fue víctima del subjetivismo y la unilateralidad, y se divorció a sí mismo de la realidad objetiva y de las masas». (Renmin Ribao; Sobre la experiencia histórica de la dictadura del proletariado, 5 de abril, 1956)

«Luego Mao Zedong realizó una evaluación general del papel de Stalin. (...) Estos son los errores fundamentos resumidos en siete puntos, dijo Mao Zedong: 1) Represiones ilegales; 2) Errores cometidos en el curso de la guerra, en particular en el principio, más que en el periodo de conclusión del periodo de la guerra; (...) 4) Errores en la cuestión nacional conectada al reasentamiento ilegal de ciertas nacionalidades y otras cosas; Sin embargo, en general, dijo Mao Zedong, la política nacional fue implementada correctamente; 5) Rechazo del principio de liderazgo colectivo, pecando de presunción y rodeando de aduladores; 6) Métodos y estilo de liderazgo dictatorial; 7) Serios errores en política exterior –Yugoslavia, etc.–». (Del Diario del Embajador Pavel Yudin, Grabación de la conversación con Mao Zedong, 31 de marzo de 1956)

Elena Ódena, por entonces una de los miembros del PCE (m-l) de aquel entonces, dijo sobre este tipo de evaluaciones sobre Stalin:

«Desde hace ya muchos años los revisionistas en España y en todas las latitudes, a coro con la reacción mundial, han dedicado grandes esfuerzos y medios a la labor de denigrar, calumniar y ocultar la gran figura revolucionaria del indiscutible dirigente comunista, de talla internacional, que fue Iósif Stalin, así como sus importantes obras teóricas e ideológicas. Pero para la historia moderna, para el proletariado mundial y para toda la humanidad progresista, Stalin ha sido y será siempre el gran continuador y el más fiel y brillante alumno del inmortal Lenin.

Tras la muerte de Lenin, Stalin ha sido el dirigente comunista más atacado y más odiado por la reacción y por todos los renegados del marxismo-leninismo. Acusando a Stalin de dogmático y de «déspota», los ideólogos de la reacción han hecho coro en sus ataques contra Stalin con los renegados revisionistas de toda ralea, para así asestar un pérfido golpe a los fundamentos mismos del marxismo-leninismo y de la revolución, ya que toda la vida y obra de Stalin están ligados a un decisivo período de la historia moderna de la humanidad, como es la Revolución de Octubre de 1917 y la construcción del socialismo en el primer país donde el proletariado conquistó el Poder mediante la revolución proletaria, y aplastó el poder capitalista y reaccionario de la burguesía y del imperialismo.

Al acusar vilmente a Stalin de toda suerte de crímenes e injusticias, la reacción, y más tarde junto a ella los revisionistas y renegados, pretendían sembrar el descrédito y la desconfianza hacia la revolución socialista y hacia los dirigentes y partidos marxista-leninistas en general, que seguían defendiendo los principios fundamentales del marxismo-leninismo, como los defendió intransigentemente hasta su muerte Stalin. Como se ha puesto de manifiesto, se trata sobre todo de negar y condenar el internacionalismo proletario activo, la dictadura del proletariado, la necesidad del Partido como instrumento primordial para la revolución y para la construcción del socialismo, el principio de la violencia revolucionaria y de la lucha de clases como motor de la Historia, entre otros.

Por todo ello, los traidores al marxismo-leninismo convertidos en agentes de la reacción y del imperialismo necesitaban ineluctablemente echar barro sobre el gran dirigente y comunista consecuente e insobornable que fue Stalin y atacarle a muerte. Necesitaban tratar de destruir la gran figura de Stalin como dirigente comunista internacional y como símbolo de la revolución, de esperanza del proletariado mundia». (Elena Ódena; La decisiva aportación teórica de Stalin al marxismo-leninismo, 1978)

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